viernes, 11 de mayo de 2012

La educación

Y se abrió otro debate. Ahora le toca a la educación y ya tenemos otro lío montado. Más gente en la calle. Arden los facebuc. Los tuiter despiden destellos y los profesionales de la opinión hace horas extras convocando a la rebelión.Y yo, llevo días sin escribir nada porque quería escribir sobre este tema e imaginaba que lo que pienso y opino no es políticamente correcto. Creo que lo que entiendo que hay que hacer en el ámbito de le educación está en contra de lo que piensan muchos de los que puedan leer estas líneas. Pero dándole vueltas al tema, ¿para qué sirve cumplir años si no es para decir lo que uno piensa?.

Hace ya muchos años que mi educación comenzó. Recuerdo la escuela de mi pueblo. Un edificio, el de los niños, con una grieta en uno de los laterales por donde cabía la mano. Recuerdo el frío intenso del invierno y cómo las niñas llevaban su braseríllo de picón con las brasas en una lata. D. Jesús, mi primer maestro, atendía una clase de veinte o treinta niños, con edades desde los cuatro o cinco años hasta los diez o doce. Todos estos datos no los recuerdo muy bien. Lo que sí recuerdo es que en los pupitres de madera, casi en ruina total, había un agujero para el tintero y en la pared del fondo de la escuela había una pizarra tremenda. Recuerdo libros como el Parvulito o las enciclopedias Alvarez y mi pizarrín pequeño, que apenas cabía en mi magnífica cartera de plástico. Recuerdo que D. Jesús lo mismo atendía a los niños que estaban aprendiendo a leer, como a los niños que preparaban su examen de Ingreso para estudiar bachiller. Si fuera por medios, toda la gente de mi edad no habríamos hecho nada en la vida, porque los medios apenas existían. No había casi nada. Los pocos libros que había, pasaban de unos hermanos a otros durante años, aunque estuvieran totalmente desencuadernados. Pero servían y no había dinero para más. Medios no había, pero lo que sí había para la educación eran MAESTROS respetados. Maestros con una tremenda autoridad para hacer entender a los niños y a los padres lo que había que entender. Lo que sí había para la educación era exigencia y esfuerzo y a falta de otros medios, repetíamos la tabla de multiplicar hasta la saciedad y si no te sabías la del siete, ese día te quedabas sin comer. Y no pasaba nada, si acaso, que temías la llegada a casa porque tu padre te iba a preguntar qué habías hecho para no ir a comer. Por la noche cenabas con más ganas y estudiabas mejor.

Luego cuando fui al colegio conseguí una beca para estudiar. Creo que había que aprobar todas las asignaturas con una media de siete (o más de seis, no recuerdo bien). Pero sabías que o estudiabas mucho o perdías la beca y aquello se podía complicar.

Por todo lo anterior, cuando veo toda la polémica que se ha formado, simplemente creo que estamos equivocados. El debate está mal enfocado. Se insiste en los medios. Número de alumnos por clase. Fondos públicos. Más escuelas. Más maestros. Más ordenadores. Más, más, más... Pero no se insiste nada en un cambio de mentalidad. El problema de educación no es un tema de medios, si fuera por medios todas las personas de mi generación seríamos analfabetos. El problema de la educación es una cuestión de actitud. Hay que educar en el esfuerzo personal. En el trabajo individual y colectivo. La sociedad va a pedir a nuestros hijos que corran una maratón y nosotros no queremos que se levanten de la cama por si se lastiman. Es un error. Tenemos la educación del merengue y así nos va.

Hace poco oía a un universitario protestar por el cambio propuesto en la concesión de becas. Si estoy trabajando, decía, ¿cómo voy a conseguir nota para mantener la beca?. Entonces me acordé de mi amiga Carmen. Trabaja todos los días en una oficina de ocho a tres.  Y a las tres, echando leches, se va sin comer a la facultad. Los muchísimos trabajos que hay que hacer los hace a costa de su sueño y de sus fines de semana. El año que viene será licenciada en Bellas Artes. Ya quisieran muchos de sus compañeros de veinte años tener el expediente que ella tiene.

Insisto. O cambiamos la mentalidad o no vamos a ningún sitio. Y si hay medios, mejor.