miércoles, 21 de marzo de 2012

La preocupación de mi amigo

Mi amigo acaba de llegar de un viaje. Un viaje largo, largo y está cansado. Muy cansado, pero contento. Es la segunda vez que hace ese viaje. Avión, tren, autobús, coche y... frío, muchísimo frío. Tanto frío, que el hielo lo ha tirado al suelo alguna vez. Pero ni el frío ni el hielo son el más mínimo obstáculo para hacer ese viaje tantas veces como sea necesario para saciar la codicia humana. El dinero desaparece entre los pegotes de nieve y los miedos al fracaso y a la ley te encogen el corazón en este larguísimo e injusto proceso. 

En este viaje tocaba el JUICIO. Palabra severa donde las haya. Alguien juzga si eres apto para ser padre. Si te lo mereces o no. Si eres humano y agradable o si vas a ser cariñoso con el hijo que te entreguen. Te preocupa no caer bien. Que el juez te declare inhumano e inepto para la paternidad. Te preocupa hacer un mal gesto o decir algo imprudente. Te preocupan tantas cosas.... porque te juegas cinco años de esperanza en una hora ante un juez.

Era su segundo viaje. En el primero habían conocido a su hija y ya la querían. Un viaje cargado de preocupación e incertidumbre por los temas legales. Un viaje para estar preocupado. En cambio, ni el frío, ni los kilómetros, ni el dinero, ni el juicio, eran la preocupación real de mi amigo. Lo que de verdad, de verdad le inquietaba era que su hija no lo recordara al llegar al orfanato.

Toda la preocupación se fue al traste, cuando la niña bajó corriendo las escaleras y lo abrazo.