domingo, 19 de diciembre de 2010

Ley Sinde

Antes de nada, declaro mi desconocimiento sobre la ley Sinde. Por referencias conozco lo que todos podemos conocer de cualquier tema en el que no somos expertos, por eso mi opinión no puede ser sobre la ley en sí misma sino sobre lo que en ella subyace. Hoy leo en prensa que un largo número de páginas de internet, como protesta ante la previsible ley, han cerrado y son inaccesibles a los internautas. Si tratas de entrar en ellas, te redireccionan a otra página donde informan y opinan sobre la famosa ley, sus orígenes y sus consecuencias. 

En la guerra entre autores y consumidores de cultura y otras materias no sé quien tiene razón, lo que sí sé es que no se le pueden poner puertas al campo. Está clarísimo que quién trabaja tiene todo el derecho del mundo a cobrar por su trabajo, pero también es cierto que los avances tecnológicos son imparables y no tienen vuelta atrás. Solamente el que tiene capacidad de adaptación, sobrevive a los nuevos tiempos. Hay trabajos, profesiones, negocios, que surgen con mucho vigor en algún momento y que en unos años han desaparecido de nuestras calles y del mundo empresarial. Seguro que muchos ni recuerdan ya, cuando había que ser socio de un videoclub para poder retirar películas. Hubo una época en la que proliferaban en las calles los videoclubs o las tiendas de revelado de fotos. Ambos negocios son difíciles de encontrar hoy día por el simple motivo de que han aparecido servicios y productos más cómodos y más baratos para el consumidor. Los valientes conductores de diligencias del oeste pudieron poner todas las trabas, físicas o legales, al ferrocarril, pero al final desaparecieron. Y el ferrocarril solamente permanece hoy por su capacidad de mutación para convertirse en AVE. 

Con los medios tecnológicos de que disponemos hoy día, nadie va a salir a la calle una tarde lluviosa de invierno a buscar una película para verla en casa, ni va a pagar 20 € por el dvd de la misma. Alguien, en algún momento encontrará la forma, pagando o sin pagar, con ley o sin ley, de conseguirla cómodamente en su casa. La empresa que consiga dar ese servicio, triunfará.

Lo que no consigo entender es el miedo de los autores a las nuevas tecnologías. No son ellos los que tienen que perder con las nuevas formas de distribución, sino la cohorte de negociantes que los rodean y que viven expléndidamente a  su costa. Hoy en día no es necesario ningún soporte físico para distribuir muchas de las obras que genera la cultura. ¿Porqué no las puede distribuir directamente el que las genera? El autor que lo consiga verá incrementados sus ingresos de forma importante y no tendrá que contar entre otros, con parásitos como alguna sociedad que se llama de autores.

Las puertas en el campo siempre terminan por desaparecer.